miércoles, 22 de noviembre de 2017

Estudio sobre el fanatismo por Amos Oz

<<Confieso que de niño, en Jerusalén, yo también era un pequeño fanático con el cerebro lavado. Con ínfulas de superioridad moral, chovinista, sordo y ciego a todo discurso que fuera diferente al poderoso discurso judío sionista de la época>>. Amos Oz.
El origen de “fanático” se remonta a la antigua Roma, teniendo un fuerte sentido religioso. “Fanaticus”, del latín, significa “persona que frecuenta el templo” entendiéndose como templo el lugar donde se adora a los dioses. Tiene la misma raíz que “profano”, aunque en un sentido inverso (lo que queda fuera del templo). Así, antiguamente, el fanático era un ser profundamente religioso, ligado a un dios romano, dejando de lado otras creencias. A su vez, el ser profano era aquel que no creía en la divinidad y por tanto no entraba en los templos sagrados. 
Hoy día el término “fanático” se utiliza para denominar a aquel hombre o mujer que ha fundido su individualidad con un grupo en una ideología, ya sea política, religiosa, económica, musical, tecnológica o deportiva (entendiéndose por grupo un conjunto de individuos que comparten una misma cultura y que interactúan entre sí para conformar una comunidad). Es decir, el fanático pertenece a una comunidad de personas que tienen su misma forma de pensar en un aspecto concreto (partido político, club de fútbol, modelo económico, grupo musical o un Dios). 
El fanático es un ser apasionado en extremo. Este hecho hace que no repare ni en la ley, ni en la realidad ni en la verdad ante una situación que implique de alguna manera a la ideología que pertenece y por lo tanto no se detiene en los límites que la ley judicial o la moral imponen. Ama excesivamente a áquel que sigue y este amor le provoca también sufrimiento, angustia y dolor si ve atacada su manera de pensar o se ataca a la comunidad a la que pertenece. Deja de lado la racionalidad para actuar con una fidelidad incondicional al sujeto o ente idealizado sin comprobar la veracidad de lo expuesto. Un ejemplo de esto son los insultos de los seguidores a un árbitro cuando protesta su jugador favorito o se queja el presidente o el entrenador del club al que pertenece ese jugador sin tan siquiera comprobar si esa protesta es real o ficticia. 
El fanático es un ser narcisista, que utiliza ese fanatismo para contrarrestar sus angustias, dudas o incertidumbres, su inseguridad y su inferioridad y hará cualquier cosa para aniquilar cualquier otra opinión que no sea igual a la suya. Sus opiniones son dogmas, verdades irrefutables que además generan lazos sociales con el grupo al que pertenece. Se convierte en un esclavo que debe mantener una fidelidad completa a su líder, una obediencia ciega e incuestionable y una militancia absoluta. Si no es así, si cuestiona a su líder, el grupo lo tachará de traidor y será rechazado. Y como buen narcisista que es, no puede ser rechazado ya que significaría que su vida es un total fracaso. Un ser superior, como se cree el fanático, no puede nunca equivocarse, mucho menos perder. Toda su fachada se vendría abajo y sería como el resto de la humanidad, un ser inferior.
El fanático está convencido de que su idea u opinión es la única válida y por lo tanto desprecia las ideas de los demás. Su estado de ánimo depende de los resultados que obtenga su líder o el grupo al que pertenece. Cabe recordar que ha habido fans que han llegado al punto de suicidarse después de la separación de su grupo musical favorito. También puede escoger el camino de la violencia. Su baja autoestima junto a su carácter psicótico y endiosado puede llevarle incluso a asesinar a alguien que no opine como él, como tantas veces se ha visto en el deporte, desgraciadamente. Es un mal perdedor que pierde los nervios y la razón cuando las cosas no salen como a él le gustaría que saliesen. En ese sentido se pueden poner como ejemplo los terroristas. O estás conmigo o estás contra mí. Y si eres su enemigo todo vale para acabar con esa opinión discordante. Para los fánaticos, el fin justifica los medios. Los fánaticos musulmanes, por ejemplo, desean que los que no lo son se radicalicen porque si no es así creen estar perdiendo la batalla contra occidente o contra otra religión. Lo mismo puede decirse del fanático afín a un partido político.

La violencia les ofrece poder y causa miedo al débil. Es su manera de conseguir adeptos, de acobardar al diferente y atraerlo hacia su manera de pensar. El ser humano, como animal que es, utiliza la violencia cuando se siente en peligro o cuando su clan está en peligro. Pero hay que tener cuidado también al luchar contra el fanatismo porque se puede convertir uno en un fanático antifanatismo. 
Así pues podemos repasar los adjetivos que califican a un fanático. Es narcisista porque se cree un ser superior, en posesión de la verdad absoluta. Su irracionalidad puede llevarle a utilizar la violencia para imponer sus ideas. Es un ser inseguro ya que necesita pertenecer a una comunidad y estar arropado por ésta para sobrevivir, y por esto mismo también es un cobarde. Irrespetuoso por no respetar las opiniones de los demás. Inculto por no querer comprobar si su líder se equivoca, por no querer recopilar información distinta a su opinión. Mal perdedor. Vamos una joya de ser humano. Amos Oz propone en su libro “Contra el fanatismo” las soluciones a dicho comportamiento: tolerancia, empatía, respeto, saber disfrutar de la diversidad, relativizar (recordemos que el relativismo es la posición filosófica de que todos los puntos de vista son igualmente válidos, y de que toda la verdad es relativa al individuo) y sobre todo saber reírse de uno mismo. Pero lo más importante en mi opinión es saber cambiarse de acera al cruzarse con un fanático y dejarlo con su locura. Ante todo debemos evitar que nos contagien su enfermedad. Y eso sólo podemos conseguirlo ilustrándonos y poniendo en duda nuestras creencias y la de los demás.

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