sábado, 8 de octubre de 2016

Mi generación

Ayer me preguntaba mi preciosa mujer por qué estamos rodeados de genta tan… tan… mala. No supe qué contestar, me limité a darle la razón. Pero sí es cierto que a pesar de tener todo el conocimiento humano a nuestro alcance, algunos seres humanos se han idiotizado hasta tal extremo que desearía a veces vivir en otro planeta. Hace algún tiempo yo mismo halagaba a mi generación frente a la generación anterior, padres y madres que sobrepasan ahora los cincuenta años. Mi generación no ha crecido con las marcas deportivas por bandera; hacíamos deporte para pasarlo bien, no para ganarnos la vida; nos tuvimos que ganar los besos de nuestras adolescentes amigas; aprendimos sin Internet, sólo con interés; fuimos conscientes del daño que hacían las drogas en la generación anterior; y fuimos los primeros en rechazar el racismo y la homofobia. Realmente pensaba que mi generación sería la causante ideológica de un antes y un después. Crecimos en libertad, ni con la represión anterior ni en el libertinaje actual, y supimos siempre dónde estaba el límite que no podíamos cruzar. Nuestra educación fue buena, nuestros profesores eran vocacionales porque había trabajo y supieron transmitirnos unos valores que deberíamos seguir, enseñándolos a nuestros hijos. Yo aposté por mi generación y he perdido. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué hemos perdido esos honrados valores y nos hemos dejado llevar por el egoísmo y la soberbia? Y no, la culpa no es de los políticos, somos nosotros quienes los escogemos. Esa es otra, siempre echando la culpa a los demás sin querer asumir responsabilidades. No fue así como nos criaron. No pasa nada si reconocemos nuestros errores siempre y cuando no los volvamos a repetir. Y ahora, ahora nos insultamos los unos a los otros como si no hubiese un mañana. Ahora me avergüenzo de pertenecer a una generación que podría haber cambiado el mundo, que podría haber sido comprensiva con los errores que cometieron sus padres, perdonarlos, entenderlos y aprovechar esa experiencia para mirar hacia el futuro esperando a que nuestros hijos continuasen nuestra labor. Por contra criticamos de otros lo que nosotros mismos hemos hecho alguna que otra vez. Nos pasamos por el forro las leyes que de pequeños cumplíamos a rajatabla. Tiramos la piedra sin estar ni mucho menos libres de culpa. Insultamos al débil y nos inclinamos sobre el más fuerte aún sin que éste lleve razón. Apuñalamos siempre por la espalda, nunca vamos de frente, nos solidarizamos con el ladrón siempre y cuando no nos robe a nosotros. Nos hemos vuelto unos cobardes de mierda, y no hay nada peor para una sociedad que la cobardía disfrazada con el brazo alzado e insultos mudos. No predicamos con el ejemplo. Llenamos la red con fotos de universitarios franceses luchando por lo que creen justo y en lo único que los imitamos es en la violencia callejera de unos pocos desgraciados que se creen que la lucha es la única manera de cambiar las cosas. No es cierto. La violencia genera violencia, ser irrespetuoso te convierte en un ser al que no van a respetar ni tus hijos. Nuestra única arma es la cultura, la educación, y de eso tuvo mi generación a raudales. Escribimos con pocas faltas de ortografía, leemos, entendemos lo que leemos, pero no actuamos y si actuamos es siempre violentamente. Una palabra, un voto, hace más daño que un insulto, porque recuerda que el burro que le llama burro a otro burro no le ofende, solo le dice lo que ya sabe. No ofende quién quiere, sino quién puede, y los de mi generación podemos ofender muy poco. Criticamos a los que votan a los ladrones del PP pero votamos a Griñán, a Mas, y a muchos otros ladrones como ellos con la frase “es distinto” por bandera. Un ladrón es un ladrón, sea del bando que sea, un maleducado es un maleducado, sea nuestro amigo o no, el violento es violento aunque juegue en nuestro propio equipo. No hay matices, ni diferencias, un hijo de puta es un hijo de puta sea rubio, moreno, blanco, negro, musulmán, cristiano, judío, comunista, neoliberal, nuestro padre o nuestro enemigo. Un hijo de puta es un hijo de puta siempre, sea quien sea. Y eso debemos aprender a reconocerlo o estaremos perdidos colectiva e individualmente. Si no respetamos a los demás no nos respetaremos nunca a nosotros mismos. Cuando humillamos al inculto demostrando nuestra “sabiduría” damos pie al más inteligente que nosotros para que nos haga lo mismo. Siempre habrá alguien más listo que nosotros, más fuerte, más valiente y más humano que nosotros. Como hombres cultos y educados que somos, nuestra misión es enseñar al que no sabe, no alardear de nuestro conocimiento, porque eso nos hace ser peor que ellos. Yo jamás he visto a un premio Nobel alardeando ante otros de su premio, en cambio sí he visto aspirantes a premio Nobel alardeando de sus aspiraciones ante otros. Hablando ayer mismo con un amigo me dijo algo que le tuve que dar la razón: nuestra inteligencia no es una causa de nuestro conocimiento, sino de nuestra humanidad. Respondan sinceramente a esta pregunta: ¿qué personaje histórico preferirían ser, Corleone o Ghandi? ¿Prefiere el poder o la felicidad? ¿Prefiere comprarse un Ferrari o construir VPO? ¿Prefiere acostarse con much@s mujeres/hombres al día o con un/a hombre/mujer todos los días? Hubo una vez que creí que mi generación era la de las segundas opciones, hoy sé que es de la de las primeras. Escojan ustedes la primera opción si quieren, pero no hagan creer al inocente que esa es la opción correcta. Engáñense a ustedes mismos si así duermen mejor, pero no mientan a sus hijos, ellos no tienen por qué sufrir las consecuencias de que la nuestra se haya pasado al lado oscuro. Buenas tardes. 

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