viernes, 14 de octubre de 2022

El espíritu errante

-¿Qué me sucede? ¿Qué pasa? Siento que no puedo respirar pero no tengo cuerpo, no me toco el pecho. Siento angustia, mucha angustia. Ahí abajo estoy yo, tumbado en una camilla y una enfermera me toma el pulso. Ahora entra el doctor y oigo como la enfermera le dice que estoy muerto. ¿Muerto? No puede ser, veo y oigo todo. No estoy muerto. Muy enfermo tal vez, pero muerto no. No, no me tapen. ¿Es que no me oyen? Me ahogo, necesito oxígeno. ¡No estoy muerto! Siento una carga muy pesada a mi espalda, ¿lo oyen? Aún puedo sentir. 

-Estás muerto. 

-¿Quién ha dicho eso? ¿Quién me habla? 

-Yo. Aquí, el destello que ves frente a ti. 

-¿Me habla una cerilla? 

-No, te hablo yo, tu espíritu guía. 

-¿Espíritu guía? Si no estoy muerto. ¿Tú me ves, verdad? 

-Yo te veo porque tú también eres ahora un espíritu. 

-Si he muerto, ¿por qué puedo hablar? 

-No hablas, piensas, pero ninguna palabra sale de tu boca porque ya no tienes cuerpo. 

-¿Me lees el pensamiento? 

-Y tú lees el mío. 

-¿Cómo es posible? ¿Acaso hay vida después de la muerte? 

-La hay. 

-Y si estoy muerto, ¿por qué me siento tan mal? 

-¿Cómo te sientes? 

-Angustiado, pesado, me ahogo. Sufro, sufro mucho. Siento como si me estuvieran torturando. ¿Estoy en el infierno? 

-No y sí. La vida que has llevado te hace padecer este tormento. Sufres lo que has hecho sufrir. Tú mismo te has creado tu propio infierno. 

-No, no. Me niego. Estoy soñando. En nada me despertaré y dejaré de sentirme mal.

-No. Estás muerto y el sentimiento de culpa no se irá. 

-¿Jamás? 

-Jamás no. Depende de ti. Pero de momento debes sufrir el mal que has hecho en vida. 

-Me duele, me duele mucho. 

-Es que has hecho sufrir mucho. 

-Si estoy muerto, ¿por qué nadie viene a recibirme? Como en las películas. 

-Nadie quiere verte. Estás solo, condenado y sólo. 

-Lo que hice no fue culpa mía. Fue culpa de mi padre, él me abandonó cuando mi madre falleció en mi parto. Me maltrataron de pequeño. No pude escoger. 

-Sí, escogiste. Escogiste vengarte de tu madre, de tu padre y de los parientes que te maltrataron asesinando a mujeres inocentes. 

-Estaba enfermo, loco. No fue culpa mía, era el diablo que habitaba en mí. 

-El diablo no existe. Tú mataste a todas esas mujeres, tú escogiste violarlas y golpearlas con un certero golpe de karate causándoles la muerte. 

-No fui yo. ¡Para este sufrimiento! 

-No puedo. Debes sufrir, ya te lo he dicho. 

-¡No fui yo! Dios sabe que digo la verdad. 

-Mientes. Tus actos fueron totalmente deliberados. Y te sugiero que no metas a Dios en esto. 

-¡Me duele mucho! ¿Cómo puedo parar este sufrimiento? 

-Debes reencarnarte para expiar tus pecados de vidas anteriores. 

-¡Espera! Recuerdo vidas de otras personas. ¿Por qué? 

-Esas otras personas son tus vidas anteriores. Estás asimilando tu muerte corporal y entrando en el mundo primigenio. El mundo de los espíritus. 

-No puede ser. ¡Siempre he sido un asesino! 

-Por lo visto no aprendes. Solicitaste una vida de miseria para expiar tus pasados pecados y volviste a escoger el mal camino. 

-No soy yo, oigo voces en mi cabeza que me incitan a asesinar. 

-Y sucumbes. Hay malos espíritus que te ponen a prueba y tú no la superas. Por eso sufres. Has vuelto a rendirte al instinto animal. 

-¡Culpadles a ellos y no a mí! 

-No son ellos los que dan el último toque de gracia. 

-Sí, son ellos. Me poseen. 

-Tu cuerpo sólo te pertenece a ti, nadie más puede poseerlo. Tú eres el único responsable de tus actos. Y en consecuencia debes sufrirlos.

-Siento mucha angustia. ¿Qué debo hacer? 

-Expiar. 

-¿Y cómo expío mis pecados? 

-En tu nueva encarnación, cuanto más sufras más progresas.

-¿Y si decido suicidarme porque el sufrimiento es muy pesado? 

-No superarás la prueba. Volverás a sufrir como espíritu lo que estás sufriendo ahora. El suicidio es un acto de cobardía. Debes terminar tu misión cuando Dios lo decida. Acabando tu misión por medio del suicidio pones a Dios por debajo tuyo y eso es inadmisible. 

-¿Y si muero atropellado? 

-Si era tu sino que así sea. La intención es lo que cuenta. Si quieres ser atropellado volverás a sufrir. Si por el contrario no querías ser atropellado y has hecho el bien en vida tu espíritu dejará de sufrir. 

-¿Hacer el bien? 

-Sí, no sirve sólo no asesinar. Para expiar tus pecados debes devolver en bien lo que hiciste mal. 

-¿Y eso cómo lo hago si soy pobre? 

-No necesitas dinero para ayudar a los demás. El ciego puede querer que le lean un libro. El mudo puede querer que hablen por él. Hay muchas maneras de ayudar. Tantas como personas existen. Debes despojarte de todo lo material y obrar con el corazón. Sigue la máxima de no hagas lo que no quieres que te hagan y haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti. 

-¿Y dejaré de sentir esta angustia que me corroe por dentro? 

-Depende de ti, de tu progreso. Si haces el bien pues sí, dejarás de sufrir. 

-¿Y qué prueba escojo? 

-La que creas que puedes cumplir. Pero cuidado. Al escoger una familia adinerada para repartir dinero entre los pobres puedes sucumbir a gastarlo en ti mismo y volverías a pecar, esta vez de materialista. Piensa que el orgullo, los celos, la agresividad y el egoísmo nos devuelven al punto de partida. Por contra, ya sabes qué puede suceder al criarte en una familia pobre. 

-Sí, lo sé. 

-Y luego está el no hacer caso a esas voces internas que nos llevan por el mal camino y sí hacer caso a las que nos llevan por el buen camino. 

-Entiendo. 

-¿Qué escoges pues? 

-Escojo dejar de sufrir sufriendo. Ese será mi destino. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario