sábado, 23 de febrero de 2019

El lado oscuro del hombre parte 3: el asesinato

Cambiar una organización, una empresa, un país —o el mundo— empieza dando un paso sencillo: cambiarse a sí mismo. Anthony Robbins
En la naturaleza el robo y el asesinato forman parte del día a día. El fuerte roba al débil la comida o las hembras de su especie. Es lo que se llama “selección natural”. En nuestros parientes evolutivos es lo mismo. El gorila macho se sirve de la lucha para construir y defender un harén, a veces con riesgo de perder la vida. Estos machos alfa tienen por lo menos tres veces más descendencia que aquellos que se aparean en régimen monógamo. De hecho, los machos muy agresivos pueden tener incluso más descendencia y, en consecuencia, dar lugar a linajes que pueden durar millones de años. En cambio, cuando un gorila adulto pierde un combate o no está dispuesto a luchar hasta el fin, el resultado es que será incapaz de tener descendencia. Así es en los animales, el asesinato es una consecuencia de una defensa de territorio y de las hembras que hay en él. Pero, ¿es igual en los humanos? ¿Por qué asesinan los hombres? Y, ¿cuál es el perfil del asesino? Empecemos por aquí. 
Según los investigadores James Q. Wilson y Richard Herrnstein, los delincuentes suelen ser hombres que arrojan resultados muy bajos en las pruebas de inteligencia, suelen ser muy impulsivos y extravertidos, y cuyos sistemas nerviosos responden con lentitud y escasa autonomía. El escritor de temas científicos, Bruce Bower, corrobora esta hipótesis diciendo que «las investigaciones sitúan sistemáticamente en 92 el nivel de CI de los delincuentes convictos, unos 8 puntos por debajo de la media de la población y 10 puntos por debajo de la media de las personas que cumplen con la ley». En estas mismas investigaciones es interesante constatar que los niños que habían tenido padres maltratadores o habían vivido en barrios con niveles de delincuencia elevados, pero que no habían cometido delitos, presentaron CI más elevados que la media y demostraron tener capacidad de ganarse la vida honestamente. También el asesino suele ser un hombre joven cuyo ambiente es de minorías étnicas, raciales o religiosas. También es un delincuente reincidente. El 61 por ciento de los asesinos en Estados Unidos habían sido detenidos antes 4,3 veces por término medio. En resumen, el asesino suele ser un joven marginado y tonto, un ser primitivo, un puto mono. Pero, ¿por qué asesina? 
Los sociólogos explican el asesinato de tres formas distintas. Según la explicación cultural-subcultural, el asesinato se aprende a través del comportamiento y los valores compartidos (como los que se ven en televisión). De acuerdo con la explicación estructural, el asesinato es el resultado del racismo, la pobreza, la falta de oportunidades y la masificación. Por último, la explicación interactiva sostiene que las personas asesinan como consecuencia de las costumbres culturales de sus interacciones durante un conflicto. Pero para Michael Ghiglieri la clave no es social ni cultural, sino biológica. Ghiglieri da la máxima importancia al nivel económico del asesino. En su opinión, la pobreza económica <<es percibida a veces por la hembra como un signo biológico de que ese hombre no es el compañero ideal. Para ocultar, mitigar o invertir su falta de recursos y, por tanto, para tener las mismas oportunidades que los demás hombres, muchos hombres pobres roban dinero o bienes a los demás. La violencia es un instrumento básico en ese proceso, y el asesinato es uno de los resultados posibles>>. Este resultado posible y macabro puede venir dado por el bajo CI del que hablaban James Q. Wilson, Richard Herrnstein y Bruce Bower. Para comprender un asesinato hay que dar un paso más: hemos de admitir que cada asesino ha tomado la decisión consciente de matar y es una persona responsable de dicha decisión. Como es lógico, la responsabilidad personal no basta para explicar el motivo que le induce a matar, pero la asunción de que el propio asesino —y no la sociedad en su conjunto— es el responsable de esa decisión es un primer paso importante para comprender por qué asesinan los hombres. En los años noventa, en Estados Unidos, los conflictos personales, las disputas y los insultos seguían siendo la causa más frecuente de homicidio. Representaban un porcentaje del 53 por ciento de todos los casos conocidos en 1995 y un 55 por ciento en 1996. Otro estudio reconoce que el 86 por ciento de los asesinos se enfrentó verbal o físicamente a la víctima, dándole por tanto la posibilidad de retractarse o de dejar de insultar o desobedecer. El caso es que el 41 por ciento de las víctimas siguió insultando o desobedeciendo. No hace mucho, en Gavá, Barcelona, un conductor embistió a un motorista lanzándolo contra el guardarrail y causándole la muerte por una discrepancia de tráfico. Este tipo de homicidios da la razón a la hipótesis del bajo nivel intelectual del asesino. Así, el asesinato es el resultado de un intercambio dinámico entre un delincuente, una víctima y, en muchos casos, unos espectadores. El delincuente y la víctima desarrollan unas líneas de actuación, en parte como consecuencia de las acciones del otro, con el propósito de salvar la cara o mantener el tipo y la reputación y demostrar una fuerte personalidad. Las afrentas a la autoestima desencadenan ira y agresividad, incluso en niños de dos años: es un instinto que no desaparece nunca. Los asesinos, como seres primitivos que son, no tienen otra forma de ser respetados si no es asesinando, así también atraen a hembras primitivas que se sienten atraídas por estos hombres violentos. A este respecto cabe recordar como mujeres jóvenes y atractivas son las parejas sentimentales de boxeadores, raperos con pistolas al cinto o incluso asesinos en serie como Charles Manson. Ghiglieri nos ofrece un testimonio de una joven llamada Karen cuyo vecino había intentado violarla. Otro vecino llamado Henry, al enterarse del hecho le metió una pistola en la boca al violador y la agitó mientras amenazaba con matarlo si volvía a acercase a Karen. En palabras de Karen, <<aquello era lo más grande que se había hecho en nuestro edificio. Estaba realmente impresionada. Me encantaba que Henry hubiese hecho eso por mí. Me hizo sentir importante». 
Los hombres de todo el mundo matan a otros hombres con la finalidad de forjarse una reputación, construir imperios personales y aumentar su capacidad de acceso a las mujeres. A su vez, las mujeres se sienten atraídas por hombres musculosos, fuertes, poderosos, que pueden proporcionarles seguridad a ellas y a sus hijos. El problema está cuando el hombre cruza la línea que separa la inteligencia de la estupidez. En ocho estudios sobre 147 homicidios derivados de «triángulos amorosos», los hombres mataron a sus rivales en 135 casos. Las mujeres sólo mataron en 12 ocasiones. En las estadísticas sobre homicidios, una de las causas principales son los celos, que ocupan normalmente los puestos del uno al tres. Pero esta violencia que viene dada por los celos puede volvérsele a la mujer en su contra. <<El nivel de ira de los hombres que maltratan a las mujeres se relaciona con los sentimientos de humillación y con la ocurrencia previa de malos tratos (tanto verbales como físicos) por parte de sus madres». Estos hombres inseguros y celosos, que imaginan que van a ser abandonados o van a tener que «llevar cuernos» cada vez que sus esposas actúan de forma autónoma, creen que maltratarlas es la mejor manera de acabar con esa situación>>. La fama de malote puede proporcionar al hombre recursos sin necesidad de entrar en conflicto con sus rivales. Este hecho explica también por qué los hombres se tatúan más que las mujeres, conducen a gran velocidad o presumen de sus “hazañas” violentas. Éste es uno de los aspectos más profundos de la naturaleza humana masculina, que comparte además con casi todos los primates macho y, en general, con los mamíferos macho. 
En resumen, la mayoría de los asesinatos cometidos por los hombres, y muy pocas veces también los de las mujeres, se producen en un contexto en el que la víctima intenta salvar la cara ante su compañero sexual y, cuando se trata de robos, en el de intentar acceder a drogas prohibidas o conseguir recursos vitales para lograr aparearse con parejas sexuales o proporcionar sustento a la familia. Y recordar a las mujeres que un hombre violento es violento siempre y su bajo CI le impide controlar la ira que siente frente a lo que él considera una humillación. Esa ira se torna en violencia, en ocasiones desmedida, hacia sus allegados, incluso a veces hacia los propios hijos, y cuando el acto está consumado y la ira apaciguada llega el arrepentimiento, si lo tiene. Por esto mismo muchos de los asesinos de esposas y de sus amantes se suicidan al ver lo que han hecho. Éstos suelen ser llamados asesinos múltiples y se caracterizan por dos rasgos: el mencionado suicidio después de arrasar con todo lo que pueden y que la mayoría de ellos siguen o han estado alguna vez en tratamiento psiquiátrico. 
Pero realmente no suele ser el padre psicótico, inculto e inseguro el asesino de niños. El infanticidio es más propio de madres y padrastros o madrastras. Cuando la infanticida es la madre es porque carece de marido, el niño ha nacido con alguna malformación, ha sido un parto múltiple y su nivel económico no le da para criar a más de un hijo o el bebé ha nacido poco tiempo después del anterior y pone en peligro la vida de éste. Por ejemplo, hace un siglo, en Alemania era frecuente que muriesen los primeros hijos poco después del fallecimiento de su padre. En cambio, los hijos de un viudo vivían más tiempo, pero fallecían después de que el viudo se volviese a casar (debido al síndrome de «la madrastra de Cenicienta», por el que la nueva esposa elimina a los hijos «rivales» de la esposa anterior a base de negarles los recursos, ya sean alimentarios ya sea simplemente el oxígeno, o desviarlos). En Canadá, el porcentaje de nacimientos en mujeres no casadas correspondía a sólo el 12 por ciento del número total de nacimientos; estas pocas mujeres (cuya edad media era de 27,7 años) cometieron el 61 por ciento (88 de 144) de los asesinatos madre-hijo habidos en Canadá. En el primer y segundo mundo la mitad de los niños asesinados lo fue como consecuencia de circunstancias adversas a la supervivencia del niño (por ejemplo, haber nacido en un parto múltiple o con un intervalo excesivamente corto después del parto anterior o de una madre sin marido), el 19 por ciento debido a malformaciones o falta de salud, el 18 por ciento por haber sido concebidos en situación de adulterio, el 3 por ciento como resultado de un incesto, el 3,5 por ciento por ser hembras, el 2 por ciento por haber sido sacrificados en ceremonias de magia negra y el 4 por ciento por inquina, para eliminar a un posible sucesor, o para prolongar la actividad sexual. Sólo el 9,5 por ciento restante lo fue para poner freno al crecimiento de la población (se observa que en los demás casos, el éxito reproductivo no tenía muy buen pronóstico o se ponía en peligro la supervivencia de los demás descendientes), pero en ningún caso se esgrimió como motivo de alguna de dichas muertes el control de la población. El infanticidio parece estar escrito en nuestros genes, pero normalmente se manifiesta en madres jóvenes, no casadas y desesperadas, que matan a sus bebés recién nacidos.
Pero también la nueva pareja puede ser el detonante de un infanticidio. En Estados Unidos, donde el infanticidio no sólo cuenta con un rechazo social total sino que se considera un delito muy grave, los adultos que han vuelto a casarse, a veces maltratan a los menores hasta el límite de lo posible, en lugar de matarlos abiertamente. Algunos padrastros tratan a sus hijastros peor de lo que lo hacen los gorilas. Las estadísticas canadienses al respecto muestran que es 70 veces más probable que un niño de menos de dos años muera a manos de su padrastro que de su padre biológico. En Inglaterra, es 50 veces más probable, y en Estados Unidos, 100 veces más probable. Estos asesinatos abominables surgen del lado más oscuro de la psique humana. Los varones matan a sus hijastros por las mismas razones que los primates macho matan a las crías: para eliminar la descendencia de otros machos competidores. Estos asesinatos liberan recursos para futuros hijos e «inducen» en la madre un estado fisiológico o emocional que le predispone a criar nuevos hijos. Las madrastras no son distintas. La custodia compartida ha provocado que se eleven el número de asesinatos a niños por parte de madres políticas. Ahí está el caso de Gabriel. Estos asesinos despiadados no permiten compartir los recursos del padre/madre con sus hijos y no dudan en maltratar al menor por un sentimiento puramente egoísta. 
Pero en ocasiones se produce todo lo contrario al infanticidio. Sin embargo, en este caso, los asesinos no son niños, sino que suelen ser ya adolescentes. Normalmente las víctimas son padres maltratadores o padres que no están dispuestos a dejar de tener más hijos (y, por tanto, hacen que la cuota familiar correspondiente a cada uno de ellos sea cada vez menor). Conviene tener presente que la mayoría de los padres asesinados han maltratado a sus hijos y que los padrastros tienen una probabilidad mayor de ser víctimas de “parricidio”. 
He mencionado antes a Charles Manson. Los asesinos en serie es otra especie de asesino pero no ahondaremos en el tema ya que en este blog se ha hablado largo y tendido de tales monstruos. Sólo decir que aquí la diferencia no es su coeficiente intelectual bajo sino que suele ser gente enferma de la cabeza. El perfil es el de un hombre blanco de veinte a cuarenta años y normalmente tienen alguna motivación sexual, pero de la peor especie. Su forma típica de actuar consiste en violar y estrangular a una serie de víctimas femeninas vulnerables, ya sean prostitutas, autoestopistas, mujeres ancianas o niñas. Los asesinos en serie homosexuales violan y estrangulan a hombres y niños. Sin embargo, por muy odiosos y enfermizos que sean los asesinos múltiples y en serie, sólo son responsables de una fracción de un uno por ciento de los asesinatos cometidos. 
Cabe destacar que la mayoría de los asesinatos son cometidos, contrariamente a lo que se pueda pensar, con armas blancas. En este punto me gustaría aportar unos datos significativos que Ghiglieri apunta en su libro a favor de la legalización de las armas. Según Ghiglieri <<todos los varones suizos en buenas condiciones de salud están obligados a tener en su casa, durante toda su vida, un rifle automático o una pistola con su munición correspondiente. Sin embargo, entre esos 6 millones de personas que poseen 600.000 rifles de asalto, medio millón de pistolas y miles de otras armas, es muy raro que se produzcan asesinatos. Hasta las tasas de suicidio con arma de fuego son muy bajas. Japón, un país sin armas, y Suiza, un país fuertemente armado, presentan tasas idénticas de asesinatos, 1,20 y 1,23 homicidios por 100.000 habitantes, respectivamente (menos de la mitad de los asesinatos en Suiza lo fueron por disparos). De hecho, los principales instrumentos utilizados en los asesinatos no siempre son los que uno podría esperar. Por ejemplo, en 1998 en Chicago, hubo más víctimas de asesinato por bates de béisbol que por arma de fuego>>. Y continúa: <<el número de delitos con violencia es un 81 por ciento mayor en los estados [en Estados Unidos] que no cuentan con leyes que permiten portar armas ocultas. En lo relativo al asesinato, los estados que no emiten esos permisos de armas tienen tasas de asesinatos un 127 por ciento superiores a las de los estados cuyas leyes a este respecto son más liberales>>. Es decir, Ghiglieri opina que hay menos posibilidades de que un hombre asesino si cree que su víctima puede ir armada. No se puede negar que esta idea tiene su lógica. En Estados Unidos, como en Suiza, los robos en casas son poco frecuentes, ya que el ladrón se expone a que le abran la sesera de un disparo. En cambio, en países como el nuestro los ladrones campan a sus anchas en casas ajenas e incluso tienen la poca vergüenza de denunciar al propietario al que roban si este se defiende con lo que tiene a mano. En palabras de Ghiglieri, <<el hecho de legalizar las armas puede hacer bajar la tasa de crimen ya que la víctima se puede defender con más severidad>>. Ahora mismo habrá más de un fabricante de balas que se estará frotando las manos al leer esto. Claro que lo ideal sería un mundo sin armas, pero eso es imposible hoy por hoy. El negocio de las armas mueve muchos millones de dólares y siempre habrá quién quiera ganar dinero fabricándolas. Y siempre habrá quien las compre para usarlas. Después está el problema de los ejércitos, que abordaré seguidamente. Aunque sólo sea por disuasión, un país necesita estar armado. Mucho se pone de ejemplo a Suiza como país que no tiene ejército y se le presume un país pacífico y avanzado, pero como hemos visto antes Suiza no necesita ejército porque toda su población masculina es su ejército. Y cabe decir que la única arma que he visto fuera del ejército fue en Zurich, donde el cocinero del restaurante donde trabajaba yo como pinche la trajo un día a la cocina para enseñármela. Recuerdo aún que dijo que a él no le robaba nadie, porque sino, pum, pum. 
Legalizar las armas sería volver al salvaje Oeste, pero no se puede negar que más de uno se lo pensaría dos veces si cree que el cajero de un supermercado guarda una recortada bajo la caja registradora o la chica joven a la que piensa violar puede volarle los huevos de un disparo. Si a esto se le añaden leyes más duras y prisiones más decadentes yo no dudo que los delitos bajarían hasta porcentajes hoy día inimaginables. 
Toca ahora hablar de un tipo de asesino “legalizado”. Toca hablar del ejército y de la guerra. La guerra es un conflicto entre dos bandos para conseguir algo. Ese algo puede ser petróleo, territorio, dinero, poder o exterminar a un posible enemigo futuro. La guerra ha acompañado al hombre desde las primeras civilizaciones y sus motivos, como sus armas, han evolucionado con nosotros. Aún así siempre hay un perdedor humillado y un ganador que se cuelga medallas. Y según Ghiglieri, la guerra es también un motivo que tiene el hombre para esparcir sus genes por la Tierra. Aunque haya otros motivos, lo que es innegable es que la guerra ha traído innumerables violaciones a mujeres del bando contrario. Posiblemente la genética no sea una causa en sí de la guerra pero es una consecuencia más. Muchas mujeres tenían hijos de soldados enemigos y otras muchas abortaban o mataban a sus retoños por ser hijos del “diablo”. Pero el soldado no sólo obtiene sexo (forzado) del bando contrario. El soldado que sale ileso de un conflicto armado tiene más probabilidades de procrear (de conseguir pareja) que uno que no haya visto jamás un arma. Seguro que recordarán la imagen de una joven espectadora del desfile victorioso por las calles de Manhattan, creo recordar, que abandona la acera para besar a un marinero estadounidense. ¿Recuerdan esa imagen? El soldado que vuelve ileso de la guerra también impone respeto a sus semejantes. Y a cuantos más enemigos asesinados más respeto. E ahí la diferencia. El hombre que mata a otros fuera del contexto bélico es un asesino en serie, un loco, un monstruo. El soldado que mata a su enemigo es un héroe. Otra diferencia es el coeficiente intelectual. El soldado puede haber sido profesor universitario, químico, físico, psicólogo o filósofo incluso. Se preguntarán ustedes qué es lo que lleva a un hombre superior a la media a asesinar. Irenáeus Eibl-Eibesfeldt estableció una lista de los rasgos universales esenciales para la guerra y que se encuentran en hombres de todo el mundo: lealtad a los miembros del grupo, predisposición a reaccionar con agresividad ante las amenazas exteriores, motivación para luchar, dominar y defender el territorio, miedo universal hacia los extraños e intolerancia hacia aquellos que se apartan de las reglas del grupo. Un guerrero masai decía esto: «De mi experiencia como guerrero recuerdo que fui ganando progresivamente confianza en mí mismo, así como orgullo y sensación de bienestar, como si yo mismo y todos los que me rodeaban pensasen: “todo irá bien si los guerreros están cerca”. Teníamos que ser audaces, brillantes, grandes amantes, valientes, atléticos, arrogantes, sabios y, por encima de todo, preocuparnos por el bienestar de nuestros compañeros y el conjunto de la comunidad masai. Nos dimos cuenta de que la comunidad confiaba plenamente en nosotros para su protección e intentamos estar a la altura de sus expectativas. […] Los guerreros masai lo comparten prácticamente todo, desde los alimentos hasta las mujeres». Esa es la clave para que un soldado no sea definido como asesino, la inteligencia, la pertenencia a un grupo, la defensa de su país frente a los diferentes, los malos. Un asesino es un hijo puta que actúa por cuenta propia, que mata a inocentes por diversión. Un soldado también mata, pero no a inocentes. Mata por su país, por sus ideas o incluso por dinero, pero su asesinato beneficia en teoría a todo su grupo social. Para poder matar como un guerrero, los hombres necesitan creer que su antagonista es un enemigo. Los enemigos siempre parecen distintos, hablan de otra manera y son fieles a los dirigentes, principios o dioses equivocados.
Y el soldado mata porque sino él muere. Es cuestión de supervivencia y la supervivencia de sus iguales. Y no sólo para matar, los soldados disuaden. Los analistas coinciden en decir que el único antídoto contra la guerra, ya sea con flechas envenenadas o bombas nucleares, es la disuasión. La disuasión depende en gran medida de transmitir a los demás la voluntad de tomar represalias masivas, independientemente del coste que conlleven, si el otro bando actúa primero.
«Hoy en día, la mayoría de la gente sigue creyendo que la garantía de la paz mundial es la capacidad militar junto a la voluntad de ejercerla», sostienen Paul Seabury y Angelo Codevilla. La fortaleza de un hombre disuade a su enemigo de atacarlo. ¿Insultaría usted a la cara a Mike Tyson? Yo tampoco. 
Pero no todo está permitido en la guerra. Lo único condenable a nivel mundial, tanto política como culturalmente hablando, es el genocidio. La psique masculina parece arrastrada a clasificar a los demás hombres en las categorías «nosotros» y «ellos», con una clara inclinación por «nosotros» y una tendencia a calificar de enemigos a «ellos», aquellos con los que «nosotros» compartimos pocos genes y poca cultura. La xenofobia y el etnocentrismo no son sólo ingredientes esenciales para la guerra. En la medida en que indican instintivamente a los hombres con quiénes deben relacionarse estrechamente y a quiénes deben enfrentarse, son las facetas más peligrosas y manipulables de la guerra psicológica que genera el genocidio. De hecho, el genocidio se ha convertido en sí mismo en una poderosa fuerza de la evolución humana. Desde Hitler a Pol Pot todos los genocidas han sido censurados tanto por sus homólogos como por la sociedad en general, porque sí podemos defendernos de los “malos” pero lo que la sociedad no permite hoy día es que se masacre a tribus, pueblos o etnias enteras por el simple hecho de pensar diferente. Además en un genocidio no sólo se mata al hombre adulto que armado lucha contra “nosotros” sino que el genocidio implica la muerte de niños, mujeres y ancianos. En resumen, gente inocente e indefensa. Por ahí el ser humano no primitivo si que no pasa. 
Para acabar quiero poner aquí un fragmento del libro con el que estoy totalmente de acuerdo en el que dice lo que se debe hacer para acabar con esta lacra que es la muerte de inocentes. 
<<El antídoto para la violencia masculina en Estados Unidos [y también en el resto de países] es que la mayoría de los ciudadanos del país tomen la decisión individual de colaborar colectivamente para llevar a cabo dos procesos que, en general, no se producen. El primero consiste en enseñar a los niños, a todos los niños, y desde el principio, la disciplina, la responsabilidad y el control sobre sí mismos, elementos del todo necesarios en un mundo en el que debemos ser precisamente nosotros quienes enseñemos que la violencia es algo condenable. Tenemos que hacer de la enseñanza de la imparcialidad, la justicia y los valores humanos nuestro objetivo fundamental. Los chicos que se convierten en adolescentes tienen que haber crecido rodeados de estos profundos valores humanos (de forma atrayente, más o menos como lo pretenden los Boy Scouts de América), inculcados por sus padres. Segundo, tenemos que decidirnos a colaborar para que la violencia criminal —la violación, el asesinato, la guerra ofensiva, el genocidio y el terrorismo— no sólo no salgan a cuenta a los depredadores sino que les supongan una penalidad. Es decir, para acabar con la violencia, tenemos que decidir que nuestra justicia es una justicia basada en la lex talionis.
Para conseguirlo es necesario que asumamos la responsabilidad personal de colaborar en la superación de la amenaza de la violencia; a la larga también puede exigirnos dar un salto gigantesco —hasta un nivel nunca alcanzado antes— para alejarnos de nuestros instintos de egoísmo, xenofobia y desconfianza, ya sea individual o familiar, pues éstos estimulan la guerra y la violencia masculina que se manifiesta en la violación y el asesinato. Este salto nos impulsará hacia la lealtad patriótica en el seno de nuestra comunidad y nos llevará más allá, hacia la colaboración entre las naciones del planeta. Ni qué decir tiene que este último objetivo no es una tendencia humana natural que cualquiera pueda esperar de forma realista (excepto en el caso de que la Tierra fuese invadida por alienígenas hostiles). Pero es la única forma de derrotar a la violencia masculina>>.

No hay comentarios:

Publicar un comentario