jueves, 27 de julio de 2023

La venganza

Desde tiempos inmemoriales el sentimiento de venganza ha sido una característica principal del ser humano. En el Antiguo Testamento, más concretamente en la ley mosaica, la ley del talión aparece en Éxodo 21:23-25, en Levítico 24:18-20 y en Deuteronomio 19:21. Este principio seguirá vigente para el judaísmo hasta la época Talmúdica donde los Rabinos del momento determinaron que la pena se transformaría en una condena económica. El término ley del talión (latín: lex talionis) se refiere a un principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido. El término "talión" deriva de la palabra latina "talis" o "tale" que significa idéntica o semejante, de modo que no se refiere a una pena equivalente sino a una pena idéntica al agravio. En Éxodo  21:23 a 25 se nos dice: "Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe". 

De la ley del talión, propia de los clanes y las sociedades primitivas, se pasó a la ley de las comunidades donde se prohibía el crimen entre los miembros de la misma, teniendo que recurrir a la mediación del amo, el rey, etc., quien podía aplicar a voluntad la ley en nombre de un Dios justiciero, impartiendo castigo y clemencia. Ya en el Código de Ur-Nammu, datado entre el 2100 y el 2050 a. C., se hicieron leyes contra los asesinatos, los abusos sexuales, etc., para evitar la venganza de la víctima. En este código legal, del que sólo se conservan 32 leyes, podemos leer por ejemplo que si un hombre cometía un homicidio, a ese hombre se le daba muerte. También se le daba muerte si cometía un atraco. En el Código de Hammurabi, creado en el año 1760 a. C., se comenta que si un señor roba alguna propiedad religiosa o estatal, ese señor será castigado con la muerte. Además, el que recibió de sus manos los bienes robados, sería también castigado con la muerte. Con las leyes del Código de Ur-Nammu y posteriormente las de Hammurabi, fue el Estado y no la víctima el responsable de castigar al malhechor. Así, la venganza se institucionalizó. Pero la venganza no sólo fue cosa del Estado, la religión también participó en ella. Los griegos incorporaron la venganza a su mitología e incluso la teatralizaron. En la obra Medea, de Eurípides, Jasón abandona a Medea, con quien tiene hijos, para casarse con la hija del rey Creonte. Tras este agravio, Medea dice:

“Y a revelarle voy ya mis proyectos todos: 

escucha mis palabras, que no te agradarán. 

Enviaré a Jasón uno de mis sirvientes 

diciéndole que quiero verle ante mi presencia  

y, cuando haya venido, le hablaré con blandura: 

que estoy con él de acuerdo; que me parece bien 

la unión que traicionándonos contrae con la princesa; 

que es cosa conveniente y está bien discurrida. 

Pero le pediré que mis hijos se queden, 

no porque en tierra hostil quiera dejarlos, sino 

para a la hija del rey poder matar con dolo. 

Pues les enviaré con dones en las manos  

y, cuando el atavío se ponga, morirá 

malamente y, con ella, quienquiera que la toque: 

tales son los venenos con que ungiré el regalo. 

Mas aquí a otro lenguaje paso y a gemir voy 

por la terrible cosa que a continuación 

haré: porque a mis hijos mataré, sin que nadie 

pueda salvarlos ya; y así, tras destruir 

la casa de Jasón, me obligará a marchar 

de esta tierra la muerte de mis hijos amados  

y mi crimen inicuo; que tolerable no es, 

amigas, que se rían de mí mis enemigos. 

Veamos, ¿para qué quiero vivir si no 

tengo ya hogar ni patria ni abrigo contra el mal? 

Me equivoqué en los tiempos en que dejé la casa 

paterna persuadida por palabras de un Griego  

que me las pagará si los dioses me ayudan. 

Porque ni verá nunca más vivos a mis hijos 

ni podrá procrear a otros con la muchacha 

recién casada, a quien forzoso sucumbir 

será de mala muerte por obra de mis drogas. 

Y que nadie me crea tonta, indolente o débil, 

sino, por el contrario, para mis enemigos 

tan dura como amable para aquellos que me aman. 

Y no hay gloria mayor que la del que es así.” 

También en Oriente quisieron tratar el tema de la venganza, pero desde su vertiente compasiva. Así pues Confucio nos dice: "Supongamos que habiéndose portado con nosotros de una forma descortés o grosera; si somos prudentes, lo primero que debemos preguntarnos es si con anterioridad hemos cometido alguna descortesía con dicha persona o si hemos sido injustos con ella; su actitud hacia nosotros debe de tener algún fundamento.” Deberíamos recordarle a Confucio que en ocasiones lo único que ha hecho la víctima de una venganza es existir y ser feliz. La envidia también es un motivo poderoso de venganza. En Los Sermones Medios del Buddha, se comenta también la venganza desde el perdón: "Habrá quien será iracundo, pero nosotros seremos mansos; así se realiza la erradicación. Habrá quien será vengativo, pero nosotros perdonaremos; así se realiza la erradicación. Habrá quien será intolerante, pero nosotros seremos tolerantes; así se realiza la erradicación. Habrá quien será soberbio, pero nosotros seremos afables; así se realiza la erradicación. Habrá quien será envidioso, pero nosotros nos alegraremos del bien ajeno; así se realiza la erradicación. Habrá quien será egoísta, pero nosotros seremos solidarios; así se realiza la erradicación". Algo parecido nos cuenta la Iglesia Católica y el Movimiento Espiritista. Con el cristianismo, la pena es reducida a puro amor; así una ofensa sufrida no puede ser devuelta, sino que su respuesta debe ser el amor al ofensor. Desde esta postura, la violencia recíproca de la venganza no tiene cabida y, en su lugar, la piedad o la compasión abren paso al perdón.

Pero fueron los romanos los que con sus leyes sentaron las bases de la Justicia actual para evitar la ley del Talión y que la sociedad volviera a la época neandertal. Además, las leyes hacían saber al pueblo quién ostentaba el poder en el Imperio. Después, la ley del Talión y la legislación estatal se han ido alternando según las sociedades y lugares del planeta. Hoy día siguen habiendo tribus cuya justicia responde más a la tradición de su pueblo que a la legislación del país en el que se ubican, pero esto no es lo normal. Lo normal es que un país tenga sus propias leyes, ya sea de corte capitalista, comunista o dictatorial. Hoy día la venganza de un sujeto hacia otro se da fuera de la ley en forma de agravios pequeños, insuficientes para que la víctima tenga el deseo de gastarse un dineral en un juicio, buscando una sentencia que puede serle favorable o no dependiendo del humor que gaste el juez ese día. Y si aún así la víctima desea llevar al infractor a juicio, la venganza (el castigo) es cosa del gobierno de turno y su papel en la ofrenta acaba en el mismo momento en el que pone la denuncia en la comisaría de policía, dejando sin sentido frases como la venganza se sirve en plato frío, a cada cerdo le llega su San Martín, etc. Pero el tema no es la justicia, sino el por qué de la venganza. ¿De dónde procede el deseo de vengarse de otro? ¿Es lícito vengarse del que nos ha ofendido primero? Pues bien, averigüemoslo tras esta larga introducción. 


¿Qué es la venganza?

La palabra “venganza” viene del latín vindicare (vindicar), la cual está relacionada con vindex, vindic (vengador). La plabra vindex está compuesta de vis (fuerza) e index (indicador, señalador, índice). Es decir, indicar con fuerza. De ahí tenemos también las palabras vengar, vindicar, reivindicar y revancha. De la raíz de la palabra vis (fuerza), no sólo deriva venganza sino también violar y violencia. La raíz de la palabra index está formada por el prefijo in- (hacia dentro) y la raíz indoeuropea *deik- (mostrar, señalar, pronunciar solemnemente), de los que derivan dedo y decir.

La definición de la palabra venganza según la RAE es la satisfacción que se toma del agravio o daño recibidos. Quédense con la palabra "satisfacción". Es decir, la venganza es el placer que nos da hacerle a otro lo mismo o más que nos ha hecho el otro a nosotros. Pagarle con la misma moneda, vamos. Y aquí está la cuestión: ¿cómo es posible que hacer daño a otra persona nos dé placer?

Para explicar el deseo de venganza, tanto Freud como el psicólogo Jaques Lacan se refieren a Hamlet para quien, más que el honor, es su propio deseo lo que está en cuestión, asunto que le exige una primacía sobre el resto de valores. De tal forma que la exigencia de castigo al asesino implica su propia muerte, realizada en el último acto. Deben recordar que el argumento de dicha obra gira entorno a la venganza llevada a cabo por el príncipe Hamlet contra su tío Claudio, quien asesina al padre de Hamlet, el rey Hamlet. Sigmund Freud lo narra así: “Hamlet lo puede todo, menos vengarse del hombre que eliminó a su padre y usurpó a éste el lugar junto a su madre, del hombre que le muestra la realización de sus deseos infantiles reprimidos. Así, el horror que debería moverlo a la venganza se trueca en autorreproche, en escrúpulo de conciencia: lo detiene la sospecha de que él mismo, y entendido ello al pie de la letra, no es mejor que el pecador a quien debería castigar”. Cierto es que frente a una acción violenta, un ultraje, o la puesta en peligro de la existencia de uno, la primera reacción del ser humano es protegerse, defenderse. Aún así, la venganza no nos hace mejores que el humano que nos ultrajó en primera instancia. La culpa, como Freud señala en su obra El yo y el ello (1923), puede hacer de un ser humano cualquiera un criminal. El sujeto afectado por la agresión busca reparación y justicia, desea el desquite; llegando en ocasiones a dar este deseo sentido a su existencia. El ofendido vive por y para la venganza. La venganza hace del sujeto el instrumento de la pasión. Se impone el deseo de destruir al otro como forma única de satisfacción. En la literatura es común encontrar personajes sin historia que encuentran un lugar en la ella a través de la realización de la venganza; véase por ejemplo El conde de Montecristo, donde Edmond Dantes es traicionado por su íntimo amigo Fernand Mondego, quien lo acusa falsamente de haber colaborado en la fuga de Napoleón para arrebatarle a su novia, Mercedes. Encarcelado durante años en las mazmorras de la isla de If, Edmond idea su plan de venganza y logra escapar gracias a la ayuda del preso Faria, quien le revela la existencia de un fabuloso tesoro. Tras una milagrosa fuga, Edmond se convierte en el misterioso y acaudalado Conde de Montecristo para llevar a cabo su venganza. A Dantes, ni siquiera la riqueza le aparta de su propósito, vengarse de su antiguo amigo. 

Pero no sólo se busca la satisfacción en la venganza. El vengador busca también la humillación y por tanto la destrucción del otro como ejemplo. Vengarse no es sólo darle al otro su merecido, sino que busca también el vengador aumentar su propio ego cara a sí mismo y a los demás. Es una lucha de egos, como si de simios se tratase. Por eso se conoce que son los sujetos más débiles los que llevan a cabo las más enconadas venganzas en una búsqueda de reconocimiento. Para no parecer débil, el ofendido se infunda en el traje de superhéroe narcisista excusando su culpa en nombre de la Justicia y del reconocimiento. Será así el débil de mente el que se sienta ofendido, y por tanto busque negar esa debilidad actuando de la peor manera posible, es decir, vengándose. Como la venganza horroriza y produce temor porque el espectador se identifica con la víctima, el vengador justifica su(s) acto(s) en posición de víctima, presentándose, además, como capaz de todo sacrificio en una acción supuestamente solitaria y desinteresada, por el bien de los otros. Frases como "me obligó a hacerlo" o "no me dejó otra opción" son nombradas por el vengador para no ser visto por los otros (y por él mismo) como una persona malvada, como lo es la persona que es objeto de su venganza. Pongamos un ejemplo. Usted va conduciendo y alguien le insulta. En ese momento tiene dos opciones, escoger el camino de Buda o el de la ley del Talión. Si usted en ese momento es una persona relajada y feliz, el insulto no le afectará y por tanto no habrá venganza. Si por el contrario usted es un amargado cuya vida propia detesta, le devolverá el insulto y consumará su venganza y su excusa será la de que el otro insultó primero. Se puede afirmar pues que es la experiencia personal, el nivel de trabajo de la conciencia y su estado anímico el que alientan o inhiben su sed de venganza. Igualmente sucede con la ambición o el egoísmo. Una persona moral/espiritualmente superior compartirá sus conocimientos con los demás.  En cambio, una persona inferior intentará lucrarse para sentirse superior al resto. Por lo tanto, la venganza aflora en espíritus de escasa moralidad, en personas inseguras e insatisfechas con la vida que llevan. Con un insulto hay un daño y un culpable, y según nuestra sociedad es justo entonces que el culpable tenga su castigo. Pero lo que usted ignora es que la persona que le ha insultado ya sufre su venganza, la kármica. 

Si usted también es un amargado, es comprensible que el dolor que le provoca la afrenta del otro le obligue a vengarse y entrar así en una espiral de venganza que puede acabar con la muerte de mínimo uno de los dos y con la culpa de por vida del otro. Mientras dure el dolor, también durará el deseo de venganza. Para que haya venganza tiene que sentirse un daño y desde el punto de vista personal, los celos, el resentimiento, la frustración, el deseo de permanecer; todos aquellos sentimientos propios de los estados internos más bajos y que nos provocan dolor, se asocian con la venganza. Acabar con la espiral de venganza es eliminar de nuestra memoria el daño sufrido. Cierto es que así como el hambre nos genera la necesidad de satisfacción en búsqueda de comida, cualquier sensación desagradable nos lleva a querer eliminar esa sensación. En algunas personas la eliminación de esa sensación es buscada o encontrada mediante el suicidio o alguna forma de automutilación. Si ese estímulo que genera esa sensación es achacable a un agente externo, en una forma de respuesta también externa, es posible que se quiera eliminar el estímulo y, en última instancia, al generador del estímulo, evitando así que sea posible a futuro que el daño se repita. Esto explica la desproporción que se verifica en la venganza. Alguien ofende y el ofendido lo mata, por ejemplo, creyendo así haber roto el círculo vengativo. Pero nada más lejos de la realidad. El círculo puede mantenerse por otros miembros de la familia como hijos, hermanos, etc. La muerte del culpable no significa la muerte de la venganza. Además, si la venganza del ofendido es la muerte del ofensor, no sólo deberá vivir con miedo a una contravenganza, sino que también deberá lidiar con la culpa de haber matado. Si cree que acometer su venganza, es decir, el acto que castigará al culpable y que supuestamente alejará el dolor que ya no le es soportable, solucionará su humillación, está equivocado. El acto de venganza es cierto que puede ocasionarnos una satisfacción inmediata y efímera pero también provoca un sentimiento de culpa prolongado en el tiempo, algo que le llevará de buen seguro a enfermedades psíquicas como depresión o ansiedad e incluso a enfermedades físicas como cáncer o ataques de corazón. Ya lo decía aquel, mente sana, cuerpo sano. La venganza no establece ningún equilibrio, ningún orden que no sea el de la violencia misma. Si hago al otro lo que me hizo él a mí, sin duda el registro será de contradicción, ya que si recibo un insulto de otra persona yo pensaré de esa persona que es un maleducado, y si yo respondo con otro insulto, ¿no soy yo igual que al que crítico? En ese momento hay algo de mí en el otro y del otro en mí. Si creemos que el dolor que sufrimos ha sido causado por un agente externo, estamos equivocados. Nuestro dolor es sólo nuestro y sentimos dolor sólo si queremos sentirlo. La venganza no es la solución, la solución es no sentirnos ofendidos o dañados. Sin dolor no hay venganza, sin venganza no hay daño a otro ni sentimiento de culpa propio. Sin daño a otro no habrá venganza de éste hacia nosotros. Porque no lo olvidemos, la venganza genera venganza y así sigue aumentando hasta que uno de los dos vengadores muere y por ende el asesino muere también moral y espiritualmente. 

Resumiendo: la venganza surge de un registro desagradable o doloroso ante un estímulo externo, y del intento de eliminar la fuente del estímulo externo. Yendo más allá, el ofendido busca que en el futuro sea imposible que ese estímulo se repita y, por lo tanto, el registro doloroso que lo acompañó. La Dra. Gerez (2009) señala: “El sujeto que procura el castigo está transitando el goce de la pulsión de muerte, no puede registrar la dimensión significante de la falta (esto es, la culpa inconsciente). Al mismo tiempo, allí donde se ofrece al sujeto el castigo -un castigo que sólo incide en su cuerpo sin tocar su psiquis- se está estimulando su goce pulsional, se inflaciona la angustia y se cierra toda posibilidad de escucha del sujeto”. Podríamos decir que la venganza es un acto que busca eliminar el dolor que se siente al ser ofendido por otra persona y que el vengativo es una persona animalada, insegura de sí misma, que mediante la venganza busca sentirse bien consigo misma. Vamos, que los vengativos dejan mucho que desear como animales de compañía. 


La solución 

Como hemos dicho anteriormente, en las primeras civilizaciones se buscó evitar la venganza mediante el Derecho. Desde tiempos inmemoriales el Derecho ha buscado superar y quebrantar la tendencia a la venganza utilizando el dicho “la unión hace la fuerza”, siendo el poder de la comunidad frente a la individualidad. La justicia era para todos los miembros de la comunidad y por lo tanto identificaba al individuo con el Estado. Éste debe ser sólido y constante, equitativo e imparcial y por ello la venganza no se puede justificar en el Estado moderno, pues el justiciero, fundamentado en una superstición o en su pasión heróica, desprecia la moral jurídica, que sostiene el convivir ciudadano. Pero lejos de ser un escarmiento, la justicia actual provoca más risa que temor. Los fundamentos democráticos que apelan a la reinserción del culpable en la sociedad y la segunda, tercera o enésima oportunidad que se le da han provocado que el culpable se considere víctima de sus opresores e intolerantes víctimas. El asesino es mirado con lástima al ser una víctima de la sociedad; el ladrón puede disfrutar de lo robado una vez cumpla condena; y el violador puede seguir violando impunemente mientras no abuse sexualmente de alguna hija de algún/a político/a de tres al cuarto. Podemos estar de acuerdo en que la ley del Talión no es la solución, pero tampoco es la solución dejar que vagos, maleantes y enfermos mentales campen a sus anchas aprovechándose del perdón institucional. Tampoco es la solución ignorar a las víctimas, ignorar su dolor y su deseo de venganza. O no venganza, sino de altruismo, al querer evitar con penas ejemplares que otras personas sufran lo que ellas han sufrido. Lo cierto es que ser una persona segura de sí misma y feliz no impide sufrir dolor y querer venganza si matan y violan a nuestros hijos. Está muy bien practicar las enseñanzas de Buda, Confucio o del Espiritismo, pero esas enseñanzas no nos dicen cómo superar el dolor provocado por un hijo asesinado. Además, tampoco servirá de nada perdonar al asesino si este no desiste en su empeño de asesinar. De ahí que en la búsqueda de una solución a un conflicto, diferente a la venganza debe haber cabida a la palabra de la víctima, y es necesario definir los modos de reparación que vengan a “compensar” las pérdidas sufridas; sólo así el individuo ofendido, que se sabrá protegido por su Estado y socialmente, representado e identificado por una comunidad, podrá permitir que venga el tiempo del olvido. Se asiste hoy en día a “la teatralización del perdón”. Efectivamente, jefes de Estado aparecen en la televisión pidiendo perdón por las atrocidades cometidas, jefes religiosos piden perdón por la complicidad de su Iglesia en un genocidio. Comunidades donde los sudafricanos negros deben otorgar perdón al sudafricano blanco (quienes piden perdón sin un reconocimiento de la falta a la Comisión de Verdad y Reconciliación, lo que les permite evitar el juicio por los crímenes cometidos... Estrategia de amnistía), etc. El Estado alemán, por ejemplo, pueden pedir perdón a los judíos por el Holocausto, pero si bien con la demanda de perdón puede haber un reconocimiento de equivocación, una entonación del “mea-culpa”, un arrepentimiento, este acto no tiene validez ni moral, ni política, ni psicológica si no se toma en cuenta la posición de quien sufrió el agravio. Los muertos, muertos están y no pueden perdonar. Así, el perdón cae en saco roto y deja la puerta abierta para un nuevo magnicidio y un nuevo e inútil perdón. Es necesario el reconocimiento del agredido; de hecho el perdón le pertenece al agredido, de ahí la importancia de dar lugar a su palabra y a la reparación del daño. Debe ser la víctima y no el Estado el que condene o perdone al agresor. Ser perdonado debe implicar la renuncia a ofender en un futuro por parte del agresor y perdonar debe implicar la aceptación de una pérdida más personal que social.

En mi modesta opinión, el Estado debe ser el garante de la seguridad de sus ciudadanos y por lo tanto no puede permitir que la venganza sea un recurso de unos hacía otros. En las injurias o los agravios leves debe ser el ofendido el que perdone, pero en los actos graves como robos, maltratos, agresiones o asesinatos el Estado debe saber dar una segunda oportunidad, pero no una tercera. Aquellos que hayan perdido a un ser querido a manos de un desgraciado estarán pensando que su ser querido no tuvo una segunda oportunidad, y es cierto, pero no podemos ser buenas personas si acatamos el ojo por ojo. Mi propuesta es la siguiente. El agresor leve debe ser condenado o perdonado por la víctima, siendo ésta consciente de que responder un insulto con otro insulto es rebajarnos al nivel del que nos ha insultado. El agresor grave debe reparar su daño trabajando para la sociedad. Así, el doctor negligente debe reparar su negligencia curando a la sociedad sin beneficio alguno, altruistamente. Igualmente sería con los ladrones, asesinos, etc. El infractor no puede tener una vida igual o mejor que su víctima ya sea en la cárcel o en libertad. Y sobretodo se debe hacer hincapié en que el perdón sólo puede ser dado una sola vez.

En nuestro país, como en muchos otros, hay trabajos que nadie quiere hacer y donde hay muchas vacantes. Por poner un ejemplo, el Estado puede construir residencias de ancianos y que en ellas trabajen médicos negligentes, enfermeros negligentes, psicólogos negligentes y demás negligentes que sepan cambiar pañales, dar de comer o hacer camas. Así los ancianos podrían ser atendidos sin que sus hijos se hipotecaran de por vida. Y si el negligente no aprende de sus errores… ojo por ojo.


Conclusiones

Como conclusión diremos que:

  • El maniqueísmo, la idea del mal y el bien separados e inconciliables, está en la raíz de nuestra cultura y es responsable de gran cantidad de sus males. Entre ellos, la venganza.

  • El vengativo es una persona insegura, débil de mente, con un vacío existencial que le hace odiar a todo aquel que le muestra su verdadero yo.

  • La venganza conlleva más venganza y por lo tanto el círculo vengativo puede ser eterno entre dos humanos con sentimientos primitivos.

  • A la persona segura de sí misma no se le puede ofender, por lo tanto dañar, y por ello no sentirá dolor por una ofensa. Al no sentir dolor no tendrá motivo para la venganza y zanjará la cuestión en ese momento. 

  • La justicia debe tener en cuenta a la víctima y no sólo castigar al culpable. La mediación entre víctima y agresor debe ser la primera opción. 

  • Además, la intención de reinsertar a según qué culpables no funciona y por lo tanto los Estados deben buscar otra solución que no sea simplemente pasar tiempo en una prisión donde tienen aire acondicionado, piscina, gimnasio, tres comidas al día e incluso pueden sacarse una carrera universitaria totalmente gratis. Ir a prisión no previene futuros delitos de los reos.

  • Como solución a la venganza podemos:

    • Ser menos vulnerables a los ataques y ofensas, internalizando nuestros valores.

    • Intentar desidentificarnos con la acción del ofensor, comprendiendo que lo que creemos que registra al dañarnos, seguramente es muy diferente a lo que realmente él registra.

    • Comprender que el castigo no es un medio eficaz para lograr que el hecho no se repita, y así buscar alternativas.

    • Apiadarnos del pobre desgraciado que nos ofende y dejar que el karma haga su trabajo.

    • Y finalmente podemos hacer cualquier actividad (interna o externa), que nos permita elevar el nivel general de nuestra  conciencia o llevarnos a estados más calmos, influirá en todo el proceso de modo determinante. Entre estas actividades están el deporte o la meditación. Pero ante todo está la valentía de cambiar aquello que le hace ser peor persona.












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